Un paraiso perdido donde puedes encontrar todo y nada, capaz de lo mejor y lo peor, porque el término medio es solo un espejismo visto desde los extremos

9.7.07

O indio do buraco

Está completa y literalmente solo en la vida. Su familia, sus amigos, sus vecinos, su aldea, su mundo, su pasado, su idioma... Todo ha sido destruido. Él es lo único que queda. Un ser humano, un indio que está condenado a desaparecer.

Los indigenistas que investigan su caso le han bautizado como o indio do buraco (el indio del agujero) porque en medio de sus chozas abre siempre una gran cavidad de tres metros de profundidad que no se sabe para qué sirve. Nadie ha podido hablar con él. Ni siquiera han escuchado su voz. Quizá no hable. Quizá se quedó sordo. Lo único constatado en los escasos contactos mantenidos hasta ahora es que parece no entender ninguna de las lenguas conocidas.

Fue encontrado hace diez años por funcionarios de la FUNAI (Fundación Nacional del Indio) de Brasil en una zona de selva virgen del Estado de Rondonia. Llevaban mucho tiempo buscándole, muchos años tratando de confirmar la leyenda que hablaba de ese «indio loco» que vagaba por la floresta después de que su aldea hubiese sido arrasada por hombres blancos.
El área donde vive está rodeada de grandes haciendas dedicadas al ganado. Tierras vaciadas de árboles y bichos para que puedan pastar las vacas. Después el desierto... Pero los facendeiros (los propietarios dueños de esas tierras) siempre necesitan más. La mitad de la selva virgen de Rondonia ha sido ya arrasada por madereros y ganaderos. Y las reservas indígenas ocupan el 20% de lo que queda de territorio, es por eso que les quieren echar.

En 1985 la tribu donde vivía o indio do buraco (menos de 100 personas) molestaba sus ansias expansivas. A finales de aquel año los facendeiros hicieron llegar a la molesta aldea unos sacos de azúcar envenenada con matarratas. Las tres cuartas partes de sus habitantes murieron o quedaron con graves secuelas. Los asesinos consiguieron su primer objetivo de amedrentar a los indios. Pero había que acabar el trabajo. Los hermanos Dalafini (dueños de una superficie de selva equivalente a la ciudad de Madrid) enviaron pistoleros nueve años más tarde que terminaron con los supervivientes, todos menos uno.
O indio do buraco, de unos 30 años, lleva desde entonces -una década- dando vueltas por las 3.000 hectáreas de superficie de la reserva india de Omeré. La FUNAI, incluso, le ha demarcado otras 60 hectáreas más para él solito, con la idea de ir ampliando su territorio poco a poco. En todo este tiempo han organizado varias expediciones para tratar de establecer contacto con él. Pero el indio desconfía totalmente de los hombres blancos.

«En el primer viaje seguimos su rastro a través de la selva durante días. Finalmente encontramos una choza con el agujero y un pequeño claro donde cultivaba mandioca. Poco después, le encontramos sentado frente a la puerta. Tratamos de hablarle, le ofrecimos maíz, un hacha, nuestros guías indios bailaron e hicieron rituales de cura para atraer su atención y confianza... Pero sólo respondió con flechas», aseguraba Marcelo dos Santos, responsable de la expedición, en su informe.

El último contacto mantenido tuvo lugar en septiembre del año pasado. La expedición iba liderada por Orlando Possuelo -hijo de Sydney Possuelo, el mítico indigenista de la FUNAI- que por poco acaba en tragedia. «Nos fuimos aproximando cada vez más hasta que llegamos a la aldea. Pero uno de mis hombres no siguió las órdenes, se aproximó demasiado a la maloca (choza) y recibió un flechazo en el pecho perforándole un pulmón. Salvó su vida de milagro...», recuerda Orlando.

El indigenista cree que el indio pertenece a una tribu del tronco Tupí-Guaraní y que su negativa a hablar podría deberse a una sordera producida por el veneno que mató a su familia o al trauma que le produce saber que es el último de su etnia.
Quien sabe, igual o indio do buraco está viviendo su propio reality-show en plena selva...

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